Veintidós kilómetros de arenas rojas, naranjas y amarillas que interrumpen la hamada: el negro desierto pedregoso del Sahara. Dunas de más de 150 metros de altura que mutan de forma y parecen plegarse con las sombras del aterdecer. Brisa cálida, dromedarios sigilosos, bereberes nómadas vestidos de azul añil, jaimas marroquíes (carpas de alfombra, madera y telas) perdidas en medio de un mar de arena.
Un escarabajo del desierto desafía el inmenso reloj de arena plegada, mientras el sol
se pierde en la inmensidad del paisaje más irreal que he visto. El silencio aturde. Dos días completos de viaje para dormir bajo el cielo del Sahara: el único cielo nocturno dónde no hay lugar suficiente para tantas estrellas.