El mundo de Vero Mariani es tan sorprendente, cálido, amigable, generoso y único que merece un saludo colectivo como el del día de hoy. Van desde aquí, miles de globos para Vero, y un #graziasgraziasVero infinito!
PlanperPHecto
relatos fotográficos sobre viajes, estilo de vida, lugares e instantes perfectos
martes, 7 de julio de 2015
sábado, 3 de enero de 2015
Rogelia Restaurante - Aires de campo en Cañuelas
Texto: Marcelo Crivelli - Fotos: Virginia Ucar
Del otro lado, en cambio, están aquellos otros lugares a los
que vamos a jugar a que somos otros. Aquellos que generan fantasías de otras
tierras. Aquellos que no son manso confort sino aventura. Donde sentimos que
somos aquellos que nos gustaría ser, aunque fuera por un día.
Rogelia quizás haya logrado el
milagro de ser ambas cosas en uno. Genera una curiosa ansiedad por mostrárselo
a otros, por esparcir la buena nueva. La esperanza de que se quede siempre ahí,
y puedan verlo futuras generaciones.
Rogelia, por un lado, es majestuosa.
Tiene la autoridad de un carancho caracolero oteando los pastizales desde
arriba de una columna. Esa belleza que inhibe. Que nos hace pensar que es
demasiado perfecta como para entrar. Que nos hace dar pasos más cortos y mirar
hacia los costados, como buscando permiso. Porque su amplia nave podría ser un
galpón de esquila patagónico. Podría ser un granero del condado de Madison, o
una iglesia perdida en algún rincón árido de Australia.
Pero no lo es. Por suerte, está
en Cañuelas.
Decir que Rogelia es bella sería
minimizarla. Es mucho más. Impresiona.
Se ingresa como se ingresa a una
catedral. Con la cabeza erguida y algo de asombro. Es un lugar para ir con
botas y dejar jugar el eco. Tal vez con sombrero, o emponchado. Porque se ha
logrado esa impronta que es criolla, pero que en el fondo hermana la sangre
rural de muchos miles, y de otros muchos miles, que juegan a que son otros.
Rogelia, tan joven, alcanzó cierta universalidad.
Pero ese escenario no sería nada si no tuviera alma. Tendría la belleza fría de un pájaro embalsamado. Rogelia tiene el alma que le han puesto Alba, la gran escenógrafa, y Patricia, la reina de los fuegos. Alba imaginó el lugar, lo plasmó y lo gestiona. Patricia puso magia en la cocina, en los platos y en las barrigas. Tuvieron el coraje de evitar el lugar común, lo obvio, lo que hacen todos.
Patricia es una de esas personas apasionadas, entendiendo por “apasionado” a quien hace lo que hace sencillamente porque no puede hacer otra cosa, ni aunque quiera. Patricia lleva las riendas de la cocina, pero en verdad es La Cocina quien la lleva a ella. Necesita entregar el corazón y el cuerpo en cada servicio, y aún así, se va a dormir dudando si alcanzó. Saca platos de su pelo, de su boca, de sus ojos, de sus brazos. Quien come sus manjares, de algún modo va comiendo los bocados más tiernos de ese cuerpo, de esa cabecita romántica, porque ella se hace carne en cada plato.
Entendamos una cosa: no es el camino de la perfección, sino el camino de la emoción. Patricia es una cocinera romántica en tanto ve mucho más allá de lo que hay en cada plato: su historia, la crianza del producto, la vida del proveedor, las recetas de sus ancestros, el significado.
Contar que un pato, que un costillar, que una pasta o unas verduras, no funciona. Que si cocina afrancesado, pero es criollo. La poesía no se cuenta; se lee.
Pero sepa Usted que en cuanto se siente a la mesa sentirá que lo conocen. Que saben su nombre, que cada plato ha sido hecho para Usted. Que lo estaban esperando, y que van a seguir estando allí para el día en que Usted desee volver a jugar que es otro, o a sentir que es Usted mismo. Creo en Rogelia por muchos, muchos años. Porque Rogelia, de algún modo, cuando nació ya había existido siempre, y para siempre quedará.
Gracias infinitas a Patricia Courtois por alimentarnos el alma, y a Marcelo Crivelli, autor del texto, por alimentarnos el espíritu. Mejor no lo podríamos haber contado.
Ruta 205, Km 65 - Cañuelas
Tel: 011 4973 9300
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